jueves, 31 de octubre de 2013

Replegarse en Laetitia

CIRCUNSCRIBIR. Para reducir su infortunio, el sujeto pone su esperanza en un método de control que le permita circunscribir los placeres que le da la relación amorosa: por una parte, guardar estos placeres, aprovecharlos plenamente, y, por otra, cerrar la mente a las amplias zonas depresivas que separan estos placeres: "olvidar" al ser amado fuera de los placeres que da.

1. Cicerón, y después Leibniz, opusieron gaudium y laetitia. Gaudium es "el placer que el alma experimenta cuando considera la posesión de un bien presente o futuro como asegurada; y estamos en posesión de ese bien cuando se encuentra de tal suerte en nuestro poder que podemos gozar de él cuando queremos". Laetitia es un placer alegre, "un estado en el que el placer predomina en nosotros" (en medio de otras sensaciones, a veces contradictorias).
Gaudium es aquello con lo que sueño: gozar de una posesión vitalicia. Pero no poder accediendo a Gaudium, del que estoy separado por mil obstáculos, sueño con replegarme en Laetitia: ¿Si pudiera obtener de mí mismo limitarme a los placeres que el otro me da, sin mortificarlos con angustia que les sirve de juntura? ¿Si pudiera tener, de la relación amorosa, una visión antológica? ¿Si comprendiera, en un primer momento, que una gran preocupación no excluye momentos de puro placer (como el capellán de Madre Coraje al explicar que "la guerra no excluye la paz") y si consiguiera, en un segundo de momento, olvidar sistemáticamente las zonas de alarma que separan estos momentos de placer? ¿Si pudiese ser atolondrado, inconsecuente?

2. Ese proyecto es loco, puesto que lo Imaginario es precisamente definido por su coalescencia (su engrudo), o todavía más: su poder de impregnación: nada, de la imagen, puede ser olvidado; una memoria extenuante impide abandonar a voluntad al amor, en suma, habitarlo sabiamente, razonablemente. Puedo muy bien imaginar procedimientos para obtener la circunscripción de mis placeres (convertir la escasez de frecuentación en lujo de la relación, a la manera epicúrea; o, más aún, considerar al otro como perdido, y por lo tanto experimentar, cada vez que él vuelve, el alivio de una resurrección), pero es trabajo perdido: la miseria amorosa es indisoluble; se debe sufrir o salirse: arreglar es imposible (el amor no es dialéctico ni reformista).

(Fragmentos de un discurso amoroso. Roland Barthes)